Qué bonitos son tus ojos, Jesús mío,
son azules, inmensos como el cielo.
Tus ojos son abismos insondables,
abismos de ternura y de consuelo.
Dan vértigo divino al contemplarlos,
suprema obsesión: hundirme en ellos.
Jesús mío, tus ojos son dos soles,
¿Cuándo me cegarás con sus destellos?
Son tus ojos hogueras en mis noches,
¡oh amor de mis amores!
Yo te ruego que a mi alma, herida mariposa,
atraigas y consumas en tu fuego.
Tus ojos me persiguen, me enamoran,
me dan vida, me dan miedo.
Tus ojos son dos brasas que me abrasan,
aunque quisiera olvidarlos, ya no puedo.
Tus ojos son la fuente de la vida,
por eso son jardines los desiertos.
Ellos truecan las noches en auroras
y arrancan de las tumbas a los muertos.
Son lagos entre altísimas montañas,
lagos con hermosísimo espejeo,
lagos en cuyo fondo,
las estrellas retratan su azogado centelleo.
Quiero ser navecilla en esos lagos,
surcarles, sin cesar, ese es mi anhelo;
y, por fin naufragar en sus cristales,
pues sé que, en sus cristales, está el cielo.
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